A principios de julio, en Basra, la ciudad al sur de Iraq que constituye un centro fundamental para la producción petrolífera, se produjeron varias manifestaciones masivas que pronto se extendieron a otras provincias. Las protestas se originaron debido al alto desempleo, a los escasos servicios públicos y a la corrupción. Cada vez se palpa más indignación en Iraq, pues se están extrayendo enormes cantidades de la riqueza petrolera del país mientras la gente vive sumida en la pobreza.
Los manifestantes exigieron al Gobierno que les suministrara agua, electricidad y otros servicios básicos, que rechazara el actual sistema político confesional y que abogara por un gobierno nacional representativo.
Sin embargo, las fuerzas de seguridad reprimieron brutalmente las protestas, con un balance final de 13 víctimas mortales y 81 detenidos. El Gobierno cortó el acceso a Internet, lo que ha dificultado a los activistas iraquíes difundir las noticias sobre la situación.
Los sindicatos iraquíes, que participaron en las protestas, desempeñan un papel crucial en esta revuelta contra la corrupción y los pésimos servicios que se está extendiendo por todo el país. Tras la brutal represión, los sindicatos emitieron un comunicado en el que condenaron la violencia contra los manifestantes e instaron al Gobierno a dar respuesta a sus demandas.